Seis de la mañana. A Italo Calvino le acaban de
acercar un manuscrito. Después de vencer una reverente inhibición, abre el
portafolio y comienza su tarea. Einaudi le ha pedido que edite y prologue un
testimonio singular. Son anotaciones íntimas que revelan lo que su autor llamó
por esos días “el lado trágico de la vida humana”, un lado antiguo del cual
nadie suele escapar. Comienza a revisar las páginas y entre luminosas
reflexiones sobre poética, encuentra un desvelado sufrimiento. Calvino descubre
la procesión terrible del más lúcido y estoico de los escritores italianos del
siglo XX. Se sabe leyendo El oficio de vivir, de Cesare
Pavese, el admirado amigo que murió hace poco. No hallará allí la descripción
minuciosa de decepciones o de los fracasos amorosos de los que tanto se
murmuró. Tampoco se topará con anécdotas o episodios aflictivos, sino con sus
secuelas. Italo Calvino verá el terreno devastado, pero también, el secreto
esfuerzo por recuperarlo, día tras día y palmo a palmo. En la vigilia
escritural, un poeta silencioso y solitario, lucha. Con secreto heroísmo,
Pavese fue alojando en El oficio de vivir la historia de su
alma.
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El 20 de abril de 1936 anotó que la lección era
“construir en arte y construir en la vida, proscribir lo voluptuoso tanto en el
arte como en la vida, ser trágicamente”.
Ser trágicamente -dijo Calvino- es “hacer del drama
individual una fuerza concentrada que impregne de uno mismo todo tipo de acción
(en lugar de gastarlo como moneda fraccionaria), de obra, de hacer humano, significa
transformar el fuego de una tensión existencial en un obrar histórico, hacer
del sufrimiento o de la felicidad privada, que son imágenes de nuestra muerte
(toda felicidad individual, desde el momento que implica su fin, tiene su
contrapartida de dolor), elementos de comunicación y de metamorfosis, es decir,
fuerzas vitales”.
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Un día como hoy, hace 65 años, el “vizio
assurdo” vino y tuvo sus ojos. Yo leo Los mares del sur y le doy a Pavese
gracias infinitas.
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